Dibujos:
Santiago Calvo
santiagocalvo@yahoo.com.ar
Textos: Juli Barrantes
julietabarrantes@gmail.com
MULITA
1. Alfajor triple
Me prendió
el pucho y me lo dio con el filtro mojado “¡Pará!¡Esto es un asco!”. Se cagó de
risa. Lo había hecho a propósito. Nos teníamos ganas, y él sabía que yo sabía y
yo sabía que él sabía, pero siempre andaba por ahí su mujer trayéndole hijos al
mundo.
Aparte,
compartíamos apellido. Mi primo me hablaba de plata viendo tele en el sofá. Se
sacaba los zapatos y prendía cigarrillos, cuando no había nadie cerca, me daba
plata para que vaya a comprarle merca a lo del Negro.
La primera
vez fuimos juntos y me hizo esperar adentro del auto. Estaba ahí, aburrida,
jugando con las cosas de la guantera cuando salieron. Mi primo se metió al auto
y me dijo que bajara el vidrio, el Negro desde la vereda
del frente se me quedó mirando. Después hizo una seña y nos fuimos.
El Negro,
vivía a diez cuadras y tenía que ir de día. A veces iba después del colegio. La
primera vez que fui sola estaba nerviosa. Entré a la casa y le di la plata sin
decir nada.
Otra vez
me llevó a la pieza, estaba con una chica. Era linda, le prestaba la concha. Yo
me quedé mirando la cama, estaba tendida, tenía un acolchado oscuro y en el
respaldar había pegadas unas figuritas, una estampita del Gauchito y una calco
de los piratas. Ella estaba ahí con un shorcito metido en el culo, cuando
hacía un frío de cagarse. Yo no quería volver a salir, ni volver a mi casa, así
que me senté en la cama, al lado de ella y le pedí un pucho. Ellos se miraron y
medio que se rieron, pero ella le pidió los puchos al Negro y me acercaron el
encendedor y el cenicero también.
Le miré un
rato la panza porque estaba tirada ahí al lado mío y le pregunté si estaba
embarazada. De nuevo se miraron y se cagaron de risa. La mina como que me dijo
que no, que nada que ver y el Negro me miró como diciendo: si querés te hago
uno. Pero se acercó a la puerta y me dijo que le mande saludos al Mauri,
mi primo.
Yo quería
volver al otro día, no sé, me gustó el chabón. Así que fui a darle eso a mi
primo para que me vuelva a dar plata. No estaba. Le dejé el paquetito en el
botiquín del baño, adentro de un frasco de talco azul donde guardaba faso. Yo
no tenía plata y quedaba mal volver tan pronto, no sé. Pasó como un mes hasta
que fui a lo de mi primo, porque aunque no me había mandado a llamar, yo ya lo
quería ver al Negro. No dejaba de pensar en él desde que me miró así, con una
gila al lado y ese tufo tan azul de su pieza. Seguro había mugre abajo de la
cama, y miedo también.
Mi primo
me dijo que ni ahí, que no tenía que ir más, que no quería meterme en eso a mí.
Yo me perseguí porque él le haya dicho algo y fui insistente. Necesitaba
saber si el Negro le dijo algo de mí, si era el Negro el que no quería que yo
fuera. Ahí el culeado me dijo que no, que había sido al revés, que el Negro
había dicho que vaya yo, que me quería ver. Pero empezó a batir que él no me
dejaba, que no quería que yo estuviera con un dealer, que era cualquiera y que era
una pendeja puta de mierda, cabeza, y que cabeza iba a quedar para siempre si
me metía con esa gente de mierda. Yo le dije que gente de mierda era él, que se
patinaba la plata en webadas en vez de ponerla en la casa, y en la familia y se
lo dije agarrándole el celular nuevo y tirándolo contra el piso porque no
estaba la Ariana, ni los chicos. Él se enojó y me agarró el brazo tan fuerte
que me dejó todos los dedos marcados. Me dolió, pero yo aguantando lo miré a
los ojos y le dije “¡Soltame puto!”. Cuando me soltó, le pedí la plata. Levantó
el celular del piso y como no se había roto, se quedó piola. Me dio un billete
de quinientos y me dijo que le traiga por trescientos y que no pelotudee. Así
que, aunque era de noche y andaba con la ropa de gimnasia del contraturno, me
fui para lo del Negro caminando, no hacía tanto frío.
Paré en el
quiosco y me compré un atado de diez y un alfajor triple de chocolate. Cuando
se me acabó el alfajor todavía faltaban como cinco cuadras y se me ocurrió
hacer un conjuro para que el Negro esté solo y me quiera coger. Era algo así
como seguir la línea de las baldosas y cada diez pasos hacer uno para atrás.
Perseguía una línea imaginaria y cuando cruzaba la calle igual hacía el puto
pasito para atrás. Era como un juego, era un juego y me lo creía.
Llegué a
lo del Negro y me latía el corazón. Me abrió una vieja y me dijo que ahí me lo
llamaba y cerró la puerta. Yo me quedé sentada en la verja y cuando salió no me
di vuelta. El chabón se acercó y me tocó el pelo. Ahí nos miramos y él se
acercó demasiado. Me dijo que entrara y le hice un gesto con la mano, de que
tenía el pucho. Me tironeó del brazo para que pasara igual. Me gustó. Fuimos
hasta la pieza y estábamos solos. Le pedí los trescientos y le di el billete.
Él armó un porro y lo prendió, fumamos, era la primera vez que yo fumaba, así
que no sé si me pegó. Me empezó a mostrar unos discos de bandas de música de
otros barrios y me contaba que conocía a todos los músicos. Me pareció
poderoso, pero me sentía incómoda, me empezó a doler la panza, así que le pedí
la merca y se puso con eso. Me miró cuando me la dio y me acerqué con el
cachete para darle un beso, de saludo. Me acompañó afuera llevándome de los
hombros, pasamos por el pasillo y nos dimos otro beso en el cachete cuando nos
despedimos en la vereda.
Volví
corriendo a lo de mi primo como para que viera que no había pasado nada y me
dejara en paz. Después le pedí que me llevara, que mi vieja se iba a preocupar.
Cuando estacionó con el auto frente a mi casa, el pelotudo me puso una mano
entre las piernas y yo sentí una oleada muy fuerte de calor que se expandió en
el pecho como sacándome el corazón para afuera, pero le saqué la mano, y le
dije que era un pajero, y le di un bollo con el puño cerrado. Creo que
nos dolió igual a él que a mí. Me bajé del auto y le mostré los doscientos
pesos del vuelto y me los guardé de nuevo en el bolsillo. “¡Puto!” le grité
cuando arrancó el auto.
No dejaba
de pensar en Diego, el Negro, así que le caí un viernes a la siesta, en vez de
ir al contraturno. Me hizo pasar mirando para la esquina por encima de mi
cabeza.
Yo no
sabía que iba a decirle, tenía solo quince pesos y el abono del colectivo. No
tenía puchos, ni el forro que siempre tengo en la mochila porque se lo había
dado a la Victoria, que andaba tomando esos yuyos de mierda, preocupada porque
no le venía. ”¡Esta es la que va boluda!” le dije, y se lo metí en la
cartuchera de prepo.
Mientras
yo pensaba en la cara triste de la Vicky, el Negro me sacó la mochila y se
sentó en la cama. “¿Qué buscás?”, me dijo. Yo entendí que no era una pregunta,
que era una proposición y le dije que lo buscaba a él y que yo cogía pero con
forro. El loco se rio y dijo que iba muy rápido y que era muy pendeja para eso.
Yo no
sabía cómo volver atrás, ni cómo salir de ahí corriendo, así que me saqué las
zapatillas y me acosté en la cama. “¡Tas zarpada!” me dijo, y cogimos re lindo
y con amor. Él se puso el forro y me hizo algo que no me habían hecho nunca, se
mojó los dedos con mucha saliva y me la puso en la concha mientras me
acariciaba, ¡zarpado!. Acabamos. Yo me até el pelo y pasé al
baño. Sabía que tenía que volver y despedirme, pero me daba vergüenza y
aproveché que él estaba en el comedor hablando por teléfono, para sacar la
mochila de la pieza. Encaré para la puerta de la calle. Cuando estaba girando
la llave, pensé que iba todo bien, que no se había dado cuenta y que lo que
pasó era lo que yo quería, pero cuando estaba como a media cuadra, me agarró un
bajón y no podía dejar de sentirme como una pelotuda sin vuelta atrás. Así
que fui a lo de mi primo.
Él volvía
del trabajo y tenía cara de cansado, la Ariana le estaba cebando unos mates.
Les dije que parecían unos viejos y que si querían les iba a buscar una
cerveza, el loco no me dijo nada, pero puso rock en el teléfono y me pasó un
rollito de plata mientras me guiñaba el ojo. Volvé después, me dijo.
Yo estaba
en la puerta de lo de mi primo con la excusa perfecta en el bolsillo y un
agujero en la panza. Podía volver a lo de Diego ahí mismo y el vértigo me comía
desde adentro hasta quedar dada vuelta como una media.
Cada uno
maneja sus drogas, y yo estaba jugando con esa, la mierda más poderosa,
endorfinas, que me helaban la nuca y el futuro. Un jaque al mate, pero no daba
para volver, dar el paso atrás, y me fui a mi casa.
2. Las
Casas
Un día que
iba para lo del Negro desde la esquina veo un patrullero en la puerta de su
casa. Tuve tanto miedo que disparé para Las casas.
Conocí Las
casas antes de que se muriera la Vicky, porque andábamos siguiéndole el rastro
al Wily para que la ayudara con lo del aborto porque ella se lo iba a hacer de
cualquier forma. Un día me dijo que el Wily iba a Las casas porque tenía amigos
ahí. Yo le pedí al Negro que me acompañara porque me daba miedo ir sola y fue
como nuestra primer salida. Diego no tenía idea de lo que era Las casas y tampoco
lo conocía al Wily, la Vicky era de otro palo, pero era mi amiga y como ya se
habían agarrado a las piñas con el Willy le dije que iba a ir a hablarle yo.
Llegamos y había una puerta de reja atada con una cadena que daba a un pasillo
largo, ahí nos cruzamos con un pibe que salía de adentro. Nos pasó al lado y ni
nos registró, pero tuvimos que hacernos contra la pared. Ahí me agarró
más cagazo y como yo iba primero le pedí al Negro que pasara adelante. Adentro
había un patio chiquito y varias piezas cerradas, eran como las tres de la
tarde, no había nadie. Yo me asomé un poco a otro pasillo que daba a un patio
más grande, atrás y le hice señas al Negro, había una gente y me quería
acercar, él me hizo un gesto de paja y avancé sola. Los chicos me dijeron que
ni idea del Wily y que no andaba por ahí. Yo los miré un rato y no dije nada.
Quería ser como ellos y estar ahí, sentada en ese patio, entre botellas de
vidrio rotas con la mirada perdida. Me rescaté y volví con el Diego, pero no
estaba en el patiecito y seguí para la calle. Había salido y me esperaba
sentado en la vereda del frente. Me dijo que conocía a una señora donde podía
ir la Viky y esa vieja cobraba poco, “pero que es a su suerte”. Nadie tiene la
vida comprada, pero nosotros la regalamos, tenemos tanta, vamos por ahí
derrochando vida a dos manos, se nos cae de los bolsillos como las tucas o las
monedas. Se fue la Vicky derrochada como el agua del cielo. Llovía un montón cuando
me enteré que la Viky se había muerto y me fui igual para su casa. Me fui
corriendo pensando en eso, viendo el agua correr por las calles como un río y
los desagües tapados de basura pero tragando, tragando agua y mugre. Rapidísimo
se iba todo por ahí, me imaginé yo toda chiquita entrando por ahí, yéndome por
la alcantarilla como un bicho con cola y ese vértigo me llamaba.
Me puse al
frente de una de esas bocas, de esas entradas de agua en el cordón de la
avenida, no pasaba nadie, ni autos, venía agua, entraba mucha agua y yo ahí
parada, haciendo fuerza para que no me llevara, para que no me metiera en el
desagüe. Estaba empapada, tuve que sostenerme del cordón para sacar las piernas
y cuando seguí caminando me dolían, como después de correr, como golpeadas.
Llegué a la casa de la Vicky y me hizo pasar una tía que no lloraba. Me dijo que fue porque en el hospital no la
atendieron y que se volvió a la casa. Se había tomado como veinte pastillas y
la encontraron en la cama desangrada y que ya no hicieron nada en el hospital y
ahora es llenar papeles bajo amenaza y que no llegue a ir porque la mamá está
mal porque si yo sabía le tendría que haber avisado y no ser tan pendeja
culeada. Ahí me fui para lo del Negro llorando, pero me atendió desde la
ventana, había dejado de llover, pero yo estaba toda mojada, no me dio cabida y
me dijo que cayera otro día, yo le hice fack you y él cerró la persiana, le
grité que la Vicky se había muerto, que me dejara pasar y me senté en la vereda
y lo esperé, pero no salió, y me volví a mi casa. No fui al colegio por una
semana, mi mamá mandó una nota en el cuaderno de comunicados inventando una
historia de que había viajado para ver a mi viejo así me justificaban las
faltas. Volví a la escuela y la preceptora leyó la nota y me sonrió y no dijo
nada. Nadie dijo nada.
El Diego
era un culeado pero lo necesitaba, de ir con él sacaba algo de plata. Fui para
el mandado y me agitó que me quedara, que lo disculpara pero que no podía darme
bola ese día porque estaba con la Guadalupe. Yo le dije que todo bien, pero que
no podía quedarme y que quería un faso y que se lo iba a pagar. Él me lo armó,
me lo dio, pero no me quiso cobrar. Me abrazó y me acompañó hasta la puerta, me
dio un beso aunque yo le sacaba la cara. Ahí me fui a Las casas por segunda
vez, a ver si había alguien, aunque sea el puto del Wily para quemar el porro y
enganchar la onda de la Viky, o yo pensaba eso y me servía como coartada. El
Wily no estaba, le quería decir que la Vicky lo llamaba y que se acuerde de que
la Vicky siempre lo llamaba. Se lo escribí en un papelito para dejarlo ahí en
algún lado, pero no encontré donde y se me perdió, después lo encontré en mi
casa, en el bolsillo del jean y cuando lo leí me pareció tan fuerte que lo
quemé. Dejé las cenizas ahí con la mugre del piso de mi pieza.
Esa vez,
en Las casas, conocí a Enzo, le convidé el porro apenas se me acercó. Estaba en
el patio grande abajo de un árbol y me preguntó por alguien, me di cuenta que
no era de ahí, igual que yo. Se sentó al lado mío y fumamos. Me puse mal por el
porro y por lo de la Viky, por el puto del Negro y Enzo estaba al lado y me
abrazó, me empezó a acariciar, le conté de mi amiga, de mi historia y él no me
contó nada, pero como un angelito estaba ahí, al lado mío y terminamos chapando.
Me acompañó caminando a mi casa y no entendía por qué no lo dejaba pasar, ni me
creía que tenía dieciséis años. Le dije que mi vieja ya venía y que no quería
meterme en un bardo. Le dije que nos viéramos en Las casas el jueves, que yo
iba a ir como a las cuatro, me señaló la tuca, que se la regalé, y me dijo que
la guardaba para cuando nos volviéramos a ver.
Me quedé
mejor, pero con ganas de jugarle esa carta al Negro, por culeado “acá ando,
fumando tu porro con otro pibe”. Se iba a poner indio y no me iba a dejar más
regalada por la Guadalupe del orto, negra culeada. Así que el jueves fui a lo
del Negro primero, y si me lo curtía no iba a ir nada a Las casas, pero
llegando a la esquina veo en la puerta de la casa del Negro la cap y me agarró
un cagaso y empecé a correr y llegué a Las Casas de toque y eso que son como
veinte cuadras. No había nadie, pero me metí en un baño y me sentí
cómoda, era un lugar sucio pero decente y colgué ahí hasta que tocaron la
puerta, ¿quién era?, el Enzo, yo lo abracé y le dije que me había perseguido la
cana. No sé porque le batí esa, cualquiera mentirle, pero seguía, toda
acelerada, asustada. Me lo imaginé al Negro esposado. Le dije al Enzo que
estaba en lo del dealer y que justo cayó la cana, pateando la puerta y entraron
a la casa con escopetas, y que yo me había podido escapar por la ventana. No
podía creer porque me salían tantas mentiras de la boca, hasta que me vi en el
reflejo de una ventana, toda asustada y transpirada, haciendo gestos,
contándole al Enzo, agarrándome la cabeza y mostrándole la marca en el brazo,
un raspón sangrando que me había hecho saltando las tapias y me veo el brazo y
tal cual. Ahí no entendía nada, y si lo que decía era verdad, tenía que estar
la merca de mi primo o alguna tranza que el Diego me mandaba en la mochila, y
sí, ahí estaba. Un paquete armado con basura de cuarta que yo no saqué de mi
casa, así que fue una flasheada. Como que me comí un viaje, para mí era mentira
y en realidad pasaba, como por arriba me pasaba. Sin saberlo, como el agua en
el desagüe, como por encima, sin donde agarrarme.
3.
La bici
Enzo me
fue a buscar, yo estaba sentada en la puerta de mi casa y él todo el tiempo
arriba de la bici. Saltaba el cordón, tomaba envión y hacía willy. Yo me estaba
aburriendo y me iba para adentro cuando el loco me pidió que diéramos una
vuelta, que fuéramos a su casa. Yo no quería coger porque estaba menstruando un
poco, así que no me convenció. Ya estaba adentro de mi casa cuando me dijo que
si iba me prestaba la bici de su hermana y podíamos ir al parque de los
héroes. No me acordaba cuando
había sido la última vez que había andado en bicicleta. Tuve una cuando era
chiquita. Ahí me entusiasmé más y me fui a cambiar la toallita.
Salí y le pedí manejar su bici, di una vuelta por la cuadra y cuando estaba en
la esquina apareció el auto de mi primo por la otra, re fuerte y frenó en mi
casa. Yo me quedé piola medio escondida. Se bajó y golpeó la puerta con todo,
sabe que a esa hora estoy sola. Sentí miedo. Recién cuando se volvía para el
auto lo vio al Enzo y vi que se decían algo y que el loco le señalaba la puerta
de la casa y agitaba. Después arrancó el auto y salió marcha atrás, al palo. Yo
no sé, miré para arriba y encaré para el otro lado, se me abrió la calle como
en un videojuego donde tenía que seguir para adelante y sumar puntos.
Frené
delante de mi casa y le dije a Enzo que me llevara. Me acomodé en el caño
mientras él pedaleaba. Era primavera y había un pibe atrás mío agarrándome de
los hombros, haciendo equilibrio.
Llegamos a
su casa y me hizo pasar. Tenía los pisos limpios. Vivía con la mamá y la
hermana que no estaban.
—¿Qué
hacías vos en Las Casas? — le pregunté en la cocina, mientras tomábamos agua.
—Fue un
tipo a tu casa —me dijo—justo cuando vos andabas con la bici.
—¡Ah!
Mi primo es, ¿qué te dijo? — le pregunté.
—Que no te
hagas la boluda y que el Negro lo está agitando porque no le pagaste lo de la
otra vez.
Yo hice un
gesto de no entender y realmente no entendía. Me lo imaginaba al Negro preso y
me puse contenta de que no estuviera en cana.
—Vamos a
andar en bici—le dije. Pero él me llevó hasta la pieza y me empezó a agitar. Yo
no quería coger, pero chapamos un rato. Se estaba haciendo de noche y yo seguía
con ganas de andar en bici, así que se la chupé. Un toque. El pibe estaba re
caliente, hacía ruidos con la boca, terminó rápido, me di cuenta que iba a
volcar y me salí. Me prestó la bici de su hermana, que estaba buenísima, con
cambios. Salimos a andar por su barrio, yo quería seguir, ir al parque y el
chabón que volviéramos, hice el amague de seguirlo pero avancé rápido, doblé en
la esquina y encaré para lo del Negro, sin mirar para atrás, lo más rápido que
me daban las piernas.
Llegué
transpirada y contenta, Diego salió apenas me vio por la ventana, me agarró de
la nuca y me metió en su casa. Me dijo que me deje de andar de loquita y que le
dé la plata del Mauri, que no quería rollos con él. Yo sentía que seguía
pedaleando y que la noche y el calor me agitaban. Entré la bici. Me metí
en su pieza y empecé a desnudarme. Sentí que realmente lo amaba. Cuando me
metió el pito y cuando terminamos nos miramos a los ojos. No sabía qué decirle
de todo lo que pensaba, que lo extrañaba, que lo quería, que estaba preocupada
por él. Él me dijo que me había extrañado y yo la flashee con eso, y me largué
a llorar. Ahí el loco se corrió y me empezó a bardear con lo de la plata. Yo me
empecé a vestir mientras le decía que tenía todo en mi casa, que me acompañara
que se lo daba ahí mismo. Me dijo que no, que vaya y venga al toque y que no
quería tranzar más conmigo porque estaba faltándole el respeto y que tenía
madera de cagadora. Yo no sé qué es eso, pero me dijo así, madera. Él es de
madera. Cuando salimos de la casa él sacó la bici y se puso a andar, yo le dije
que me la devolviera, que no era mía. El culeado se iba como una cuadra y yo a
los gritos. Él también disfrutaba de andar, pero volvió mirándome mal y me pegó
en la cara.
—Acá no se
grita mamita— me dijo. Me quedé hecha bosta con dolor y bronca y le tironeé la
bici, no me la daba. Me dijo que me subiera, que me llevaba, y ahí volvía yo,
con un fantasma agarrándome de los hombros.
Le pedí
que me esperara afuera, entré a mi casa y estaba la tele prendida, como
siempre. Entré a mi pieza y agarré toda la plata que tenía en el joyerito del
placar. No sabía lo que el Diego me estaba pidiendo, no tenía idea de sus
cuentas ni de cuánto le debía. Salí y el Negro no estaba. Pensé si esa plata me
alcanzaba para devolverle la bici al Enzo. Seguro que no. Pensé que era normal,
que si yo se la había sacado al Enzo, que alguien me la saque a mí. No tenía
ganas de agitarlo al Diego en su casa y me quedé quieta, parada en la puerta
con el rollito de billetes en la mano. Estaba por entrar cuando apareció. Le di
toda la plata.
—No quiero
saber nada con vos, le dije. Contó la plata y me devolvió un poco, “eso es tuyo
o del Mauri”. Me quiso dar un beso y lo saqué, “andá hacete culiar”, le dije.
El chabón no se bajaba de la bici y yo me estaba poniendo nerviosa, le volví a
decir que no era mía que me la devolviera. Me dijo que lo acompañara a la villa
que la hacíamos plata. Le dije que era un culeado y que no quería hacerla
plata, que la tenía que devolver. Igual me subí. Empezamos a andar, sentía su
calor en mi espalda y me daba seguridad no sé, respiraba fuerte, sentía el
esfuerzo que hacía por llevarme. Íbamos juntos, en ese equilibrio tan corto
entre los pedaleos. Estábamos cerca de su casa y de nuevo la cana, así
que se fue para otro lado. Terminamos en el río.
Bajamos un
poco y nos metimos en uno de esos túneles de desagüe, yo entraba parada y
metimos la bici también. Nos dimos unos besos y él me contó que se metía ahí
siempre de chico, y que siempre había gente. Seguimos caminando y me di cuenta
de que andábamos por debajo de las calles, le pedí subirme a cococho para ver
para afuera por un desagüe del cordón. Justo pasaba una bici con un tipo
llevando a una minita en el caño. Cuando bajé de su espalda, le dije que ahí
pasábamos nosotros en la bici. Me dio un beso en la frente. Le vi la cara con
la poca luz que entraba desde la calle y no era el Negro, era otra persona.
Tampoco yo era yo. Tenía como un vestido largo, pesado. Miré a los costados y
había más gente, sentada o dormida, el olor se transformó, era rico y el aire
más denso. Seguimos a un paso suave atravesando túneles y pasajes, entre gente
distinta, mujeres y niños que dormían. Sentía que veía más claro que
arriba, seguíamos bajando y él me llevaba de la mano. Llegamos hasta
un lugar, era un lago subterráneo, en un nodo de túneles, el agua era limpia y
brillante, el aire era menos pesado ahí. Nos sentamos frente a frente
cerca del agua. Airiej le dije, sin saber qué pronunciaba, él me agarró las dos
manos, me las juntó como un cuenco y me puso agua de esa laguna, varias veces,
juntaba agua y me la ponía en las manos, nos mirábamos a los ojos. Después me
habló en un idioma que nunca había escuchado
—Ya
comenzó— me dijo.
4. Dibujos
—Me gritaste ¡corré! y yo no paré, re loca,
por las alcantarillas. A veces estabas delante mío, otras veces sentía que me
tocabas la espalda. Empezaste a gritar ¡Valentina Valentina! Estabas asustado y
yo te seguía sin ver, hasta que me caí o me tiré y me di cuenta de que estaba
toda mojada, hasta el pelo, y te dije que paremos que nos habíamos perdido y
que te tranquilizaras para pensarla un toque.
—Vos
querés hablar de eso chabona, pero si te lo pido es para que no me comas el
coco de nuevo con la pelotudez mamita.
Sé que
volví temblando a mi casa y con pedacitos de mi carne debajo de la suela de los
borcegos pero algo brillaba con las luces de allá abajo, que le ganaba a la
oscuridad.
Tengo
miedo, pero quiero meterme de nuevo por los desagües. Sé que son un asco y
están llenos de mierda, pero el Negro salió gritando Valentina y yo hablaba en
otro idioma. El Negro no me convida más de eso y no me quiere acompañar abajo,
pero yo sé que Valentina es el nombre de su angelita y que tuvo miedo porque
vio lo mismo que yo y no sabía cómo salir. Yo le buscaba los ojos, pero no me
podía mirar y lloraba. Es que es un pendejo y se hace el grande, aparte es más
grande. Si me da cabida y se enamora, la va a tener que dejar a la
Guadalupe y eso no le conviene porque la chabona lo banca con la moneda cuando
el culeado paga de más lo que no es suyo.
Estuve
pensando en lo que nos pasó allá abajo y me puse a hacer unos dibujos, están
buenos, dice mi mamá que siempre dibujé bien. Era de noche y me senté en el
piso de mi pieza, encima de una colcha. Me molestaba la luz del techo así que
la apagué y me fui a buscar unas velas en el modular del living. Volvía
con la vela prendida y entré a mi pieza, cuando me agaché para pegar la vela en
el piso, no sé si la sentí primero o la vi, estaba ahí la chabona de los
túneles, como con ese vestido y en las manos tenía como una lana, unos
hilos no sé, estaba arrodillada mirándose las manos o el hilo ese, me dio
impresión pero no me asusté, me levanté y prendí la luz para que se me fuera y
al toque no la vi más. Me puse a dibujar un poco, pero nada que ver y me metí
en la cama. Me quedé con miedo y con ganas de contarle a alguien, y como sé que
la Ariana es creyente porque tiene muchos santos, me fui a lo de mi primo a
preguntarle a ella. Los tiene en el mueble de la cocina, envueltos en papel
de diario. Son esas estatuitas de yeso, los guarda entre los repasadores, en
los cajones. Según el día los saca, los limpia y les habla, los pone en una
repisa en la pared, los va cambiando. Un día estaba ahí en la casa y me
preguntó si sabía quién era ese que tenía en la mano, le dije que no, y me dijo
“obvio, si nada que ver a la imagen”. Decía que no le había cumplido nunca nada
porque estaba mal hecha la figura. Le dio un beso en la boca y lo envolvió en
el papel, después lo tiró a la basura. No sé qué santo era, me dijo, pero sólo
entendí nonato.
Cuando fui
a contarle lo que me pasó con esa mina que se me aparece, se puso muy seria y
se sentó a escucharme. Me dijo que no tuviera miedo y que si no lo siento
oscuro o feo es que me están cuidando y que capaz que es por lo de mi amiga. Yo
no la vi parecida a la Victoria y ni pensé en ella. El otro día quería
entender, quería que se me aparezca de nuevo, la llamé, prendí unas velas y me
quedé mucho tiempo sentada en el piso de mi pieza, con los ojos cerrados. Le
prometí que me iba a meter por el río. Cuando fui a ver si estaba la bici de la
hermana del Enzo no me animé a entrar. Tenía poco tiempo porque mi mamá quiere
que vuelva después de la escuela. No se me ha vuelto a aparecer, pero igual voy
a ir este domingo, que es pascua.
5. Veredas
Un día iba
caminando al colegio y pasó en un auto el Negro con unos tipos. Venían despacio
y él me miró, pero no me animé a saludarlo, pensé que iba a quedar media
pelotuda, así que miré para el piso, no sé. Seguí por la vereda y después me di
vuelta para ver, doblaron. Creo que algo sentí, que me tenía que esconder,
hasta me acuerdo que miré la casa por donde pasaba a ver si me podía meter en
algún lado, pero ya era casi la hora y me faltaban tres cuadras.
Ahí va que
vienen de nuevo y me frenan un cachito más adelante. Tarde, me dije. —Subí— me
dijo un tipo que iba atrás y que abrió la puerta desde adentro. Yo seguí sin
hacer caso y el que manejaba le dijo algo a Diego que iba al lado. El auto me
seguía con la puerta abierta. “Subí flaca, no pasa nada, acá está tu novio”
batió el loco. Yo estaba helada, lo miré al Negro y él hizo un gesto que
conocía, me dio más miedo todavía. Subí al auto pensando en pegarle una piña,
gritarle “braza de mierda”, “pajero” “pelotudo”, pero entré y me senté sin
mirar a nadie. Los tipos fumaban y subieron los vidrios.
Mi
preceptora nos huele, cuando fumamos se da cuenta, a veces nos agarra las manos
y nos huele, a veces hace un gesto de lejos sacudiendo la mano y con la Vicky entrábamos
riéndonos. “Se hacen las vivitas”, nos decía y hasta una vez, por una pelotudez
del uniforme nos metió amonestaciones, yo sé que es por fumar, me lo dijo. “Si
no tuvieras esa baranda mamita, zafabas”, me dijo, y me sacó a los empujones de
la preceptoría. Yo en lo único que pensaba era que ahí, en el auto, se me
iba a pegar todo el olor a pucho, pero fue peor.
Doblaron
en una calle y el tipo empezó a agarrar velocidad, lo miré al Negro, pero no se
daba vuelta, que culeado. Anduvieron un rato y frenaron frente a un portón
grande de chapa. El tipo al lado mío me pidió la mochila y el de adelante me
dijo “no te preocupes flaqui, no vas a llegar tarde a la escuela”, y se bajó
del auto. Me saqué la mochila que la tenía puesta todavía y me acordé que no
había agarrado la tarea de plástica, un bajón porque me había quedado buenísimo
el collage y lo dejé secando. El tipo me la agarró y la pasó para adelante para
que la agarre el Negro y él le empezó a sacar todas las cosas. Las dejaba entre
sus piernas, el otro volvió con una bolsa grande, se metió al auto, se la tiró
al Negro y volvimos a salir picando, el chabón me quería meter adentro de la
mochila la bolsa y como que no entraba y tironeaba, en eso y andando a las
chapas vuelve a frenar el auto. Me dijeron que salga y que vaya directo a la
escuela.
Yo me bajé
del auto y no sabía dónde estaba, empecé a caminar rápido por la misma vereda
pero volviendo de donde veníamos, y ahí el tipo me grita y me hace un gesto,
como de qué mierda hacía y me señala al frente, que estaba la escuela. No sé,
estaba desorientada. Ahí me di cuenta que tenía que cruzar, pero me señala la
mochila que me la pasaba Diego por la ventana. Cuando me la dio no me miró. Y
yo no le dije nada, me la puse y crucé. Cuando llegué a la otra vereda el auto
estaba arrancando y lo alcancé a mirar, lo miré raro como juntando las cejas, y
el chabón me hizo ese gesto. Estaba muerto de miedo. Levantó el dedo y se lo
acercó a los labios, con el gesto de no hablar, de quedarse callado. Chito.
Llegué a la
escuela y me abrieron la puerta, me hicieron firmar “Otra llegada tarde y con
olor a pucho” me dijo la mina, pero no era mi preceptora, todo bien. “Derecho
al aula” me dijo. “Tengo que ir al baño, me robaron”, quería decir, y aunque
era cierto, era peor, así que chito, y encaré al aula, pero antes pasé por el
baño de las de primero, el que está abajo. Me metí en el último, cerré la
puerta con traba, tenía tapa el inodoro y me senté. Hice lo que hago siempre,
ponerme a leer los mensajes de la puerta. Hay historias entre las
pendejas, siempre se putean, se amenazan, hacen declaraciones las pendejas
sucias. Quería escribir, me entraron ganas de rallarla con trincheta, poner
“Negro culiado te…” y no sabía si te odio, o te amo o las dos, pero no tenía
nada, ni cartuchera, ni trincheta, ni nada, y estaba ahí, entre las gorriadeses
de las más pendejas de la escuela, que se pasaban de vivas, pero seguro que
tampoco se animaban a meter la mano y ver qué mierda tenían que cargar en la espalda
como regalito del cielo. Me saqué el rosario que me había dado la Ariana del
cuello y le agradecí. Me salía agradecerla a ella, por darme eso y querer
cuidarme, por estar ahí en la escuela y no el baúl del auto. Igual no me
animaba a ver que me habían cargado y me envolví la mano con el collar de
bolitas ese y me dejé el cristo en la palma, para desatar el nudo de la
mochila. Y yo sabía, eso había, merca, base, no sé, paquetes en bolsas negras,
selladas con cinta ancha marrón, sin olor, todo sellado. No lo abrí, pero al
fondo otra bolsa pesada, pero más suelta, mierda, ahí las toqué, era una bolsa de
nylon negra, tenía dos fierros envueltos en una remera vieja, marrón. No quería
tocar los fierros con las manos, no sabía fijarme si estaban cargadas o si
tenían un seguro, sentí que si me las cargaba de nuevo en la espalda me iban a
dejar un agujero. Me iba a quedar ahí tirada para siempre. Si fuera más pendeja
me sentiría mejor, se las hubiera mostrado a la Viky en un recreo. Ahora es un
asco, quiero tirar todo en el inodoro y tirar la cadena, ahora es distinto,
ahora quiero irme.
Meto las
bolsas de nuevo, las acomodo, entra todo con los caños adelante, sin tocarse.
Ato el nudo de la mochila y me saco el rosario de la mano y me lo vuelvo a
poner en el cuello, se me engancha en el pelo, es gracioso, porque estaba tan
tranquila metiendo todo en la mochila que es gracioso, me pongo histérica, con
el pelo y el collar de mierda, sé que me duele pero me arranco el mechón de
pelo que no se soltaba, y después lo arranco del rosario y lo tiro al piso y
quiero pisar el puto mechón de pelo hijo de puta. Salí del baño con toda esa
bronca y fui a los lavaderos. Me mojé la cara, me acomodé de nuevo el pelo, me
dolía el cuero.
Mientras
iba al aula me sentí de nuevo desorientada, como caminando para otro lado, en
la otra vereda, miraba las puertas para no confundirme. Entré y me senté en el
banco con la mochila entre las piernas. Estaban todos parados, hablando y la
profe no se dio cuenta que llegué. Después en el recreo, salí al patio con la
mochila encima, en brazos, como un bebé. Cada vez me sentía peor y en la última
hora pedí ir al baño. Fui corriendo con ganas de vomitar así que me quedé
frente al espejo de los lavatorios echándome agua en la nuca. Sentía que
transpiraba como adentro del auto. Sonó el timbre de salida y yo me imaginé que
todos salían al patio, moviendo los bancos y que alguno de mis compañeros
pateaba mi mochila. Escuché un disparo. Ahí por suerte entró la Carmen y me
miró piola, también se quería ir y empezó por los baños. Volví al aula, agarré
la mochila y me fui a formar, bajaron la bandera y yo que no me podía mantener
en pie. Pesaba el equipaje. Sentí que salía de ahí para subirme a un bondi,
para irme del todo, lejos, ya era hora, era el momento, tenía todo… total...
iba bajando la rampa con pendejos que corrían y me empujaban y era como en
cámara lenta, yo no sabía si a la salida iban a estar los tipos o el Negro, si
me iba a dar para correr, o subirme al auto de nuevo. No había nadie, esperé un
rato. No vino nadie, esperé y subí al bondi, pero me bajé en mi parada,
quería ir a casa, ver cómo me había quedado el trabajo de plástica, el profe
había dicho que todo bien, que me creía, que podía llevarlo el jueves, que
tenía ganas de verlo. Es un copado.
6. Chito
Fue para
mi cumpleaños, mi viejo me hizo llegar de regalo un cachorrito de pitbull y ahí
va que se enojó mi mamá porque ella lo iba a tener que bancar, y era cierto.
Pero la chabona no aflojaba y yo como una pendeja llorando por el perro, por el
pelotudo de mi viejo, porque cumplía años, no sé. Quería irme a la bosta, con
perro y todo, para siempre. Así que me fui con el pitbull en brazos presumiendo
por el barrio y todos me miraban el regalito con ganas. ¡Ja!
Casi era
de noche, tenía veinte pesos nomás en el bolsillo del jean y las putas diez
cuadras... se lo quería mostrar al Negro, aunque que me había dicho que no
fuera como por un mes, por lo menos, así no me fichaban de nuevo. Tenía que
seguir chito. Pensaba en eso y se me ocurrió ponerle así al perrito, Chito
y regalárselo al Negro, así me lo cuida, al Negro, Chito al Negro. Me fui a lo
de mi primo para que se lo lleve él, porque habían pasado diez días nomás. Mi
primo no estaba, y a la Ariana no le gustó ni medio que cayera con el perro,
“en otra que anda la pendeja” le dijo al Mauri por teléfono. Me quedé
esperándolo tomando mate y mirando la tele con mis sobrinos con el perro
encima. Cuando llegó mi primo parece que había ido a mi casa, no sé, estaba
sacado y me tironeó hasta la vereda.
—¿Es por
el perro? — me preguntó— Tu vieja está re mal que te vas así, que no le avisas
a dónde. Sos una culiada porque andas de engranaje con esos tipos—...me decía y
me seguía bardeando. Yo sabía qué le pasaba, así que le dije que entráramos al
auto, que se la mamaba un rato. Me miró feo, y yo más me cagaba de risa. Nos
metimos al auto y le conté lo del Negro de la otra vez, lo de los tipos que me
mandaron a meter eso en la escuela. Me escuchaba y se agarraba la cabeza. Me
dijo que uno de esos tipos es cana, y qué no ande más en esa mierda, que me la
iban a poner cada vez más salada. Igual, yo ya no me puedo despegar más del
chabón, no sé, no aguanto más, lo quiero ver. Le pido por favor que me lleve,
le ruego, para descartar al perro, le digo. -Vamos- me dice. Subo el perro al
auto. Pasa su brazo por delante de mí para cerrar bien la puerta. -Vos atrás-
me dice.
Iba
acostada con el perro en el asiento de atrás, para que no me vieran. Miraba por
la ventana y trataba de adivinar por dónde estaba. Conocía el camino, pero era
como ver todo de otra forma, los cables, los postes, los árboles, los techos de
las casas, el cielo. En una me perdí y me asusté, me levanté y el Mauri me
mandó a agachar. Faltaba poco, me agarró ansiedad. Cuando frenó le dije que le
diga Diego que venga al auto, y después que no, que no me vea. Me daba
vergüenza ahí tirada con el perro, cualquiera. Se bajó el chabón y escuché que
entraba a la casa. Yo seguía en el auto acostada, con el perrito encima, me
estaba encariñando, era como un bebé, en eso escucho la puerta y pienso
que son ellos, para arreglarme me siento y no, no eran ellos, era el tipo del
auto de la otra vez que me agarraron, el que iba al lado mío atrás, y me miró.
Eso no tenía que pasar.
Después de
que la repartija les quedó corta me culpaban a mí. Yo sé que es la forma para
tenerme agarrada de los huevos y pedirme favores para cobrarme lo que,
supuestamente, les debo. Son así de culeados, y yo paranoica no soy, pero el
tipo se paró al lado del auto y me golpeaba la ventanilla con el dedo. Ahí salió
el Negro con el Mauri. Para mí que vieron desde adentro de la casa, y el Negro
se me vino al humo, lo corrió al otro y abrió la puerta del auto y empezó a batir
de qué te dije yo pendeja, que no vengas a mi casa y no sé qué más. En esa
sigue, pero más de cerca, como que se mete un poco al auto y se me acerca mucho
y me dice que no me quiere cerca, que me va a hacer mal, que me aleje de él y
de toda esa mierda. Me habla tan cerca, pegando su cara contra la mía que
empezamos a besarnos. Creo que estoy llorando, no sé, o es vapor de su aliento
en mi cara. Empiezo a hablarle bajito, le digo que es mi cumpleaños, me besa,
me agarra la cabeza y me acaricia el pelo. Le digo lo del perrito, le pregunto
si lo puede tener él, le digo que se lo doy para que se cuiden, me dice que sí.
Lo agarra y sale del auto, le dice algo al Mauri y él sube rápido. Ahí se queda
parado serio como siempre, mirando para otro lado, con el cachorrito en los
brazos. Nosotros arrancamos y yo me paso adelante por el medio de los asientos y
me doy vuelta para verlo, me mira y hace un gesto, chau.
“Le
metiste el perro”, me dice mi primo.
Me dejó en
mi casa y aunque estaba cagada de hambre me metí en mi pieza, al otro día era
lunes y tenía que ir al cole. Seguro que tenía tarea, pero ni me quería fijar.
Me había quedado caliente con el Negro y me tiré a la cama a hacerme la paja.
Me imaginaba que el loco venía y entraba por la ventana, pero no tengo ventana
a la calle, no sé, el loco se quedaba sentado en la ventana y yo me le subía
agarrada de la cortina. Ese sí que era un regalo de cumple, y no acá de pajera.
Me di vuelta y me quedé con el almohadón en la panza mirando la ventana. De
verdad lo esperaba, era lo que más quería. Ahí, entre que me iba durmiendo
sentí que me estaban viendo, que me habían visto, que había alguien ahí
mirando. Prendí la luz de mi mesita y por un momento muy chiquito estaba en
otro lugar, no era mi pieza, era un lugar más chico, pero con las paredes bien
altas, era un espacio todo gris, como de piedra, y tenía una ventana para el
mismo lado que la tengo en mi pieza, pero estaba bien arriba. De toque se fue
eso, del todo, era mi pieza y no había nadie, pero fue tan loco que apagué la
luz y me volví a acostar y a mirar la ventana, todo igual para que volviera a
pasarme. Sabía que tenía que ver con lo de la chabona esa de la otra vez, que
era de la chabona esa imagen. Pensé que tenía que dibujarlo, que tenía que
hacer algo con eso, pero me quedé mirando el cielo, la noche y justo empezó a
aparecer la luna. Estaba grande casi llena, fue como que se asomó, nos vimos y
siguió, al rato no la vi más. Me di vuelta y me dormí. En verdad me di vuelta, me hice otra paja, y ahí
me dormí.
7. Lxs
Otrxs
El Negro
me mandó a llamar y yo le dije que fuéramos a los túneles frente al río. Ahí me
dijo que él quiere que tengamos un hijo y que nos vayamos a Aires Buenos porque
tiene un primo que le va a dejar estar en su casa un tiempo. A mí me agarró
algo muy fuerte en la panza y salí del túnel para a hacer pis. Era de día
todavía, así que caminé por el costado de la pared para encontrar un lugar
entre los yuyos, más canuto. Cuando caminaba iba viendo brillos en el
suelo, piedras blancas que brillaban por el sol. Me agaché para mear y me vi un
poco manchada la bombacha, de nuevo con la sangre, así que todo bien. Volví con
el Negro y le chiflé para que me ayude a subir. En esa que me está tironeando
veo a unos pibitos que vienen bardeando por el costado del río.
Subo
y le digo al Negro que vamos. Sé que si no salgo ya para mi casa me voy a
manchar toda. El chabón como que me quiere seguir hablando. Busco qué tengo en
la mochila y por suerte hay papel, pero lo sigo escuchando y me meto el papel
en la manga del pulóver. Se los siente más de cerca a los pibitos. Están
trepando y me voy a ayudarlos a subir. Lo miro al Negro para que me siga y pone
cara, ortiba. Yo lo ayudo a subir al primero y los miro, no los conozco pero
son de mi edad o más chicos. Lo saludan al Negro y me doy cuenta de que vienen
a fumar paco. El Negro les hace un gesto de que se vayan más al fondo y yo sin
decirle nada me tiro afuera de nuevo, caigo bien, pero con el salto me baja y
ya sé que voy a andar manchada. El chabón me chifla, le grito que ya voy y le
hago una seña de que se meta, así no me ve. Me pongo el papel en la
concha y vuelvo corriendo. No veo los brillos esta vez. El Negro me ayuda a
subir y le digo que nos vayamos, encima hay que caminar. Le digo que le hago un
hijo pero que me aguante unos añitos así se me ponen más grandes las tetas. Se
caga de risa y me las chupa. De nuevo se escuchan lo pibitos pero más lejos y
él saca algo para tomar. Me convida y me pongo re loca, como sacada, y
también como concentrada, ja, estoy segura de que puedo parar la menstruación
con la mente y que no me voy a manchar, jajaja. El chabón me empieza a
hablar de que necesitamos plata para irnos y tirando el filtro del pucho con un
tincazo, me dice que me necesita. Ahí se sienten los chicos como que vienen
corriendo y se acercan. Yo me paro y me quedo contra la pared, él
como si nada. Me quiere convencer de que lo haga por los dos. Yo sé que no es
por mí, ni por él, ni por el de arriba de él. Todos tienen miedo y yo veo
quién es, en una imagen que me aparece como de una peli, de un tipo muy malo y
mafioso. No sé, están viniendo los chicos y dejan de correr para pasarnos. Yo
los alcanzo a ver bien, porque estamos cerca de la salida y entra luz. No son
los pibes de antes, estoy segura porque vi a los que entraron, son otros,
son tres también, pero son otros. Al Negro no le importa, me quiere explicar lo
que tengo que hacer y yo me imagino que me pueden meter un tiro en la movida,
así que no lo escucho, le agito que hay más gente adentro, que me acompañe a
ver, que nos metamos por fa. El Negro quiere que le preste atención porque es
mañana. Yo le digo que no, que ni bosta y que basta con eso, porque me tienen
amenazada, ni me pagan y que son muy culeados porque me van a meter en una
bolsa negra y no les va a importar un carajo a ninguno y eso se lo digo al
chabón, lo miro a los ojos y le pego con el dedito en la sien, para que le
entre en la cabeza y sepa que es feo porque me gustaría que me quiera mejor. Él
dice que si me quiere y le sigue, porque yo soy la única que va a meterse cosas
por el culo. Me dice que claro que arreglamos el money y yo pienso que él es un
mono hablando así, pendejo. Le dije iba por diez mil y abrió los ojos, -no te
vas a quedar corta- me dijo. -Diez mil y que nos metamos ahora a los túneles de
nuevo- le retruqué. El chabón me da un beso en la boca y me agarra la mano.
Empezamos a correr hasta que no vemos donde estamos pisando.
8. Botas
Negras
Creo que
es la muerte, la que me llama a seguir en lo oscuro por los túneles. A
buscar lo que no está. A buscar a lxs otrxs, a los que ya no tienen miedo. Caminamos
por los desagües con la luz que entraba de la calle y no se veía nada, nada más
que mugre. Llegamos a un cruce, había una escalerita que daba a una tapa un
poco abierta en calle. Le dije al Negro que no siguiéramos, que no
importaba, que los pibes se debían haber ido por ahí, que ya estaba. No aguanto
el olor y me quiero ir. El Negro sube la escalerita, corre la tapa y como no
pasa nadie, salimos piola. Yo subo riéndome, aunque después camino callada
detrás del loco, él también está embolado.
—No sé qué
querés mami ahí adentro— me dice. Se hace el boludo y yo también. Le pregunto
por Valentina, si era bebé de la Guadalupe. Me dice que no y que no quiere
hablar de eso. Me doy cuenta de que le duele y cambia de tema. Habla de lo que
tengo que tener puesto mañana. Me dice que me ponga linda, algo corto para que
se me note el tatuaje de la cintura, que me pinte y todo.
Es una
fiesta y hay que montar un quiosco. Él me va a esperar afuera con el tipo de la
otra vez, y ya arreglaron con uno de los de adentro del lugar. Nos tenemos que
poner cerca de los baños, o en el baño. Yo tengo que seguir y ayudar a la
Pamela, que es una chica que llevan ellos, y que ella ya sabe. Es más grande.
Que me ponga botas. Le digo que no tengo botas y me dice que me vaya a comprar.
Le pido plata y me dice que no tiene. Yo no quiero hacer nada, me quiero bajar
y no le digo nada. Quedan dos cuadras para su casa que es antes de la mía y él
desconfía que yo vaya mañana. Me invita a su casa para seguir trabajándome la
cabeza, pero yo tengo que pensar. Le pido hablar con la Pamela, que si no, ni
bosta. Manda unos mensajes y me deja llamarla con su teléfono. Le digo que siga
mientras yo me siento en la puerta de una casa. Escucho el tuuuuuuuu tuuuuu de
cuando llama el teléfono. Me atiende una chica.
— Hola Die
— me dice. Yo estoy por cortar, hay una mina que le dice “Die” a mi novio, pero
sigo.
— Hola
¿Pamela?— Le digo.
— Si
¿quién es? — pregunta onda nerviosa.
— Soy la
novia de Diego. Me pidió que vaya a ayudarte mañana en la fiesta. ¿Cuánto te
dan a vos? ¿Con quién arreglo eso? — Le
agito directo. La mina como que no sabía qué decirme, se escuchaban del otro
lado las voces de unos tipos.
Me dijo
que lo veíamos ahí y que no podía hablar ahora. Le devolví el teléfono al
chabón y le dije que no iba a ir.
Ya
estábamos en la esquina de su casa, pero el loco me seguía acompañando. Cuando
me di cuenta que “me iba a llevar a mi casa” sentí que nos estábamos separando
para siempre. Que si no avanzaba en el negocio, no le servía y que eso estaba
muy bien.
— Igual
vos vas a estar siempre en el filo pendeja— me dijo y me abrazó. -Te gusta— me
dijo y me dio un beso. Después se hacía el payaso y decía que él se iba a poner
la mini con botas para vender en la fiesta y me hacía cagar de risa haciendo de
mina por la calle.
Me chapó
re fuerte en la esquina de mi casa y me abrazó como para siempre. Yo no
respiraba porque me aguantaba las lágrimas y cuando doblé corrí tan rápido
hasta mi casa que lloraba y sentía como las lágrimas se me secaban con el aire
en la cara, no caían, si no que se abrían por los cachetes.
Llegué y
me cambié. Mi mamá me obligó a cenar con ellos. Estaba Hugo y me iban a dar un
regalo. Había buena onda y me sentí tranquila porque no iba a haber preguntas.
Comimos asado. La tele estaba prendida y charlamos de los programas. Mi hermano
me empezó a pegar patadas por debajo de la mesa porque me quería decir lo
del regalo. Yo no sabía lo que era y no me daba tanta ansiedad, la verdad,
quería estar sola y llorar tranquila en mi cama. Hugo me dijo que me quería,
como siempre. Me daba tanta vergüenza que un tipo grande me diga así. Que el
tipo que se culeaba a mi vieja me dijera así. Lo quería mandar a la mierda y
cuando la miraba a mi mamá ella estaba sonriendo contenta, o mirando la tele.
Les pregunté qué mierda pasaba.
—¿Regalo
de qué? les pregunté con mala onda. Mi vieja se puso más ortiba.
—¡De
cumpleaños! —me dijo.
—¡Pero ya
pasó! — dije yo.
— Bueno,
pero recién ahora tengo plata y es de parte de Hugo también.
Fue a
buscar y me trajo un paquete, una bolsa de cartón con una caja. Eran unas botas
negras con plataforma, chetazas, estaban tan buenas que daban ganas de usarlas.
Adentro de las botas había plata.
-Para que
salgas con la Viki- dijo mi mamá.
Y yo sé
que no se dio cuenta, sé que se confundió con la Mariana, porque yo le había
contado que iba a salir con ella porque unos chicos que viven a la vuelta de su
casa nos llevan en auto al deportivo. Pero eran las botas, era el permiso, era
la plata, y porque capaz que sí era con la Viky con la que yo iba a salir
mañana.
Saqué la
plata de las botas y me la metí en el bolsillo, les dije gracias. Mi mamá
estaba sirviendo flan de postre así que me volví a sentar. Mi hermano se dio
cuenta y sin mirarme le dijo a mi mamá que la Victoria era la amiga que se me
había muerto.
— Ya sé
quién es la Victoria— dijo mi mamá —pero yo no dije la Viky, dije la Mariana—
Yo dije que no importaba y me largué a llorar. Yo lloraba por el Negro creo,
por la Viky también, no sé, creo que por las botas lloraba. Por lo de las botas
y lo de mañana. Y por el Negro que me había dicho chau como para siempre y las
botas negras que me regalaban para salir con la Viky.
Mi vieja
me acompañó a la pieza y me preguntó si le quería contar algo.
Le quería
contar que una vez Hugo dejó la mano en el sillón cuando yo me iba a sentar y
sé que fue apropósito porque me levanté rápido y el culeado no la sacó, así que
me vine para la pieza. Fue una vez que ella ya estaba acostada. Pero no le dije
nada. Si le decía eso, era porque les tenía bronca. ¡Regalame otra cosa puta!
le quería decir. ¡No me vuelvas más puta! ¿No ves que era lo que necesitaba
para ir a trabajar mañana imbécil?
—Mañana me
voy a trabajar — le dije— me ofrecieron de tarjetera en un boliche de Nueva
Ciudad, un amigo del Mauri con el que estoy saliendo -le dije.
No sé cómo
me salió contarle eso, para qué le iba a contar algo del Negro, si ya capaz
estaba terminando, no sé.
—No sabía que salías con alguien. Traelo
a casa— me dijo.
— ¿Me
dejás ir de tarjetera?- Le pregunté.
— Y... si
te pagan... —dijo, y se acercó a la puerta.
—
Tarjeteras son las lindas, cuídate — dijo, y se fue.
9. La boca del lobo
A la otra noche
me fui a lo de Mariana. No sabía qué hacer todavía, no había hablado por
teléfono con el Negro, ni lo había vuelto a ver. Me dio miedo salir a la calle,
vestida así... caminé rápido. Cuando llegué, la chabona estaba todavía en su
pieza, ni se había cambiado, así que me sentí una boluda y me puse a ver su
teléfono. Me quedé ahí en la cama, no sabía qué hacer, tenía un nudo en la
panza, ansiedad por ver al Negro y a la vez saber que no da seguir, ni por la
plata ni por la sustancia. Estaba ahí sentada en la cama, con la espalda
apoyada a la pared y empecé a hablar con la Mariana, me venían solas las
palabras para contarle, le conté todo, todo, todo. Ella abría los ojos y no
decía nada. Yo la conozco hace un montón, porque íbamos juntas a la primaria y
de ahí que somos amigas, pero ella no consume nada y no tiene idea de quién es
Diego, ni qué vende.
Después
llegó Martín y se metió a la pieza mientras nos estábamos pintando. Ahí la
Mariana me dice fuerte:
— El
Martín fuma, llevalo a comprar a lo de tu novio el dealer—yo lo tomé para el
culo.
—¡¿Por qué
sos tan hija de puta culeada?!
—¡Bueno no
se peleen chicas!
—Y que
esta conchuda no cierra el culo, ¿qué me viene a batir?
—Pero...
¡dale! Llevalo así el Negro te ve y te fijás que onda… que te lleve este. Cualquier
cosa, si no te animás, volvés con nosotros, lo decidís ahí.
¡Yo no
sabía que tenía una amiga tan linda! abrí los ojos y me prendí un pucho.
—Dale
vamos— le dije al pibe.
En la
puerta de lo del Negro bajó y golpeó él. Yo me quedé en el auto que estaba bien
al frente. El pibe entró un toque y salió. Antes de que arranque tomé valor
para no arrepentirme para siempre, y le pedí que me aguantara. Entré a la casa
del Die sin golpear. Pasé a la pieza y él estaba ahí, contando plata. No me
miró. Me preguntó que qué quería hacer, que se iba ahora, sin dejar de contar
la plata.
—Voy— le
dije. Subió los ojos y los bajó rápido, como con vergüenza de mirarme.
Salí y le dije a Martín que se vaya y me entró un cagaso que me quedé ahí
afuera fumando. El Negro salió de la casa, cerró la puerta con llave y se la
guardó en el bolsillo de campera de jean. Me parecía el tipo más lindo del
mundo. Casi no me podía mover del nudo en la panza, pero él arrancó y me dijo
que vamos. Así sin mirarme. Caminamos hasta la avenida y esperamos un
taxi. Vino rápido, pero entre que venía me miró de arriba abajo varias
veces. Yo me quedé contra una pared, él sobre el cordón. Le dije algo de las
botas, que me las habían regalado ayer, el chabón me dijo que estaban
“buenazas”, y las miró como mirando otra cosa, después me di cuenta.
Con
unas medias me metieron cosas en las piernas, en las botas, en el corpiño, en
la cintura, en la bombacha, la Pamela estaba ahí y se cagaba de risa. Ahí
mientras le veíamos las tetas, se cagaba de risa y hacía chistes, yo tenía
vergüenza, tampoco es que mostraba, la idea era que con la ropa encima no se
notara. Ahí me convidaron una raya y todo se trataba de seguirla a ella. Fuimos
en auto hasta el boliche, ellos se quedaron y entramos la Pamela y yo. Estaba
hasta el culo. Apenas nos metimos en el baño empezó a caer gente, sin vernos la
cara, charlando entre ellos, metiéndose lo que le dábamos ahí frente a
nosotros, uno me guiñó el ojo, sonreían, minitas chetas, un asco. Pamela me iba
arreglando con la gente y yo le pasaba lo que traía.
-Ahí
volvemos- le dijo a un tipo que ya había venido como tres veces. Yo no tenía
nada más y arranqué para la salida, la Pamela me chifló, me hizo una seña y nos
metimos en un baño con la puerta cerrada, ahí se puso a contar la plata. La
ordenó tranquila y me dio una parte.
-Gracias-
le dije. Movió la cabeza como diciendo sí mientras seguía contando. Después
sacó otro poco, se lo guardó y la desordenó de nuevo. Volvía a enrollar los
billetes como se los habían dado.
Salimos de
ahí, nos metimos al auto y nos fuimos. Nos dejaron cerca de la casa
del Negro y me llevó de la mano hasta adentro.
-Gracias-
me dijo, y me preguntó cuánto me había dado la Pamela. Me puse a contar la
plata ahí sobre su cama y el loco se puso a fumar. Nos quedamos en la cama
apoyados contra la pared, sentados, así un rato, callados, sin hacer planes,
sin decir nada. Me volví a guardar la plata, que era un montón y me fui al
baño.
Cuando
volví el pibe estaba metido en la cama y era mío, pero me daban más ganas de
estar con los pibes en el baile que en esa tumba. Igual me saqué la ropa y me
acosté. Cuando el chabón me la metió, le pedí que usara forro y la sacó.
Se dio vuelta embolado y yo empecé a agitarlo porque no me quería pelear y ya
tenía ganas de coger. Se puso el forro, me le subí y primero estuvo bueno. Me decía que nos íbamos a ir, que nos íbamos
a tomar el buque decía todo el tiempo. Yo me reía y no decía nada. Me fui para
adentro para sentir más. Iba y venía encima de él, con los ojos cerrados.
Estaba desnuda con el pelo sobre la cara, el chabón también gozaba pero no
paraba de hablar. Me la cortaba un poco, por eso me metía más yo a imaginar y
ahí me aparece una visión. Yo y él, así cogiendo éramos una gran boca. La boca
del lobo pensé. Y yo adentro, y yo la boca. Como que me quedé asustada pensando
en esa visión y se me fue cortando el mambo, no iba a terminar, ya ni quería
seguir. Me acosté y él me dio vuelta, entró por la concha pero yo boca abajo.
Me puso un poco de rodillas y me la metió re fuerte hasta acabar. No me hizo
mal pero me quedé media dolorida. La sacó y nos quedamos abrazados.
-¿Me
acompañás a mi casa Die?- Le pedí.
-Ntt, nt,
nt, nt, nt - me dijo haciendo ese ruido de no con la boca, mientras movía
la cabeza, y me acercó más a él. Se estaba haciendo de día.
10.
Pan fresco
Soñaba que
me estaban persiguiendo, que corría hasta mi pieza y guardaba cosas en mi
mochila. Nos despertaron unos golpes fuertes en la puerta. Diego me
sacudió y me dijo que me vaya al baño. Escuché que entró un tipo y hablaban a
los gritos, parece que había un quilombo en otro lado. Él entró al baño y se
puso a mear.
-Me tengo
que ir, después cerrá y tirá la llave por la ventana de la pieza- me dijo.
Al rato
escuché que se habían ido y salí del baño. Fui hasta la puerta, puse llave y
unas trabas. Me abrigué con su ropa, un pantalón de jogging y un buzo con
capucha. Me fui a calentar agua para hacerme algo. No había casi nada en la
cocina. Tenía la heladera vacía. Encontré pan fresco en una bolsita, y una
cajita con tés. Me hice uno y le puse mucha azúcar que había en un yerbero
sobre el modular. Había quilombo, pero en el vacío. No había muchas cosas, ni
muebles. Salí al patio y el Chito me vino a hacer fiesta. Estaba re grande, se
iba hasta el fondo ladrando y volvía contento. Lo dejé pasar, me senté a la
mesa y prendí la tele. Estaba ahí con el perro, acariciándolo con los pies
descalza y golpean la puerta. Me re asusté y apagué la tele. De nuevo
golpearon.
-¡Abrí
pibe!- gritó alguien. El Chito ya había ido a ladrar y yo me escondí atrás de
una pared.
No estaba
bueno que estuviera tan asustada, así que terminé el té. Me iba a ir de ahí,
iba a tomar un taxi en la avenida, porque tenía plata, pero igual me iba a
llevar el buzo porque me tapaba más que la pollera.
Dejaron de
tocar y me fui a la pieza. Busqué mis cosas y no estaba la plata. Chau taxi,
chau confianza, chau Negro. Chau todo. Culeado. Y yo ya sé que es así, mierda
viejo, por qué me meto. Me quería largar a llorar pero no me salían las
lágrimas. Me puse a buscar papel para escribirle una nota y ponerle que más
tarde o mañana le caía para buscar mi plata. Abrí el ropero, un mueble en la
pared, abrí todos los cajones. no había. No encontré un puto lápiz. Me tiré en
la cama y me quedé dormida. Me desperté de nuevo cuando golpeaban la puerta.
Chito se había subido a la cama y me costó salir con él dormido encima. Me
levanté porque era el Negro. Quería meter su llave, golpeaba fuerte.
-¿Tenés mi
plata?- le grité detrás de la puerta.
-Dale abrime
Agos- me dijo.
-¿Tenés mi
plata?- le volví a preguntar.
- ¡Abrime
pelotuda!- me dijo enojado. Saqué la llave, las trabas y me fui corriendo a la
pieza. El chabón abrió, entró, cerró con llave y se metió al baño. Abrió la
ducha y estuvo ahí un rato. Después vino a la pieza y le vi la cara. Estaba
todo golpeado. Ahí me di cuenta de que no tenía más mi plata.
-Ya está- me dijo - Nos podemos ir. Cuentas
saldadas- me dijo.
11. Aguijón Uno
De la
pieza salí al patio con el Chito que me seguía. Era medio día y me quedé ahí,
sentada en el pasto contra una pared de bloques. No podía ver por el sol y metí
la cabeza entre las rodillas. Con un palito dibujaba caminitos en la tierra.
En
esa sale el Negro con un porro, se sienta al lado mío, pegadito, y me convida.
Se lo agarro y para acomodarme más lejos del chabón, apoyo la mano en el pasto
y siento un pinchazo y un dolor muy fuerte. Me paro puteando y me veo el
aguijón en el dedo. En el pasto estaba tirada la abeja de
mierda, muerta. Me dolía cada vez más. Diego me chupó el dedo y me
dijo que así salía el veneno. Yo le daba una seca a eso y aguantaba. El dolor
fue pasando, pero se me hinchó un poco el dedo y después se puso todo duro
alrededor. El chabón me empezó a explicar que me dejaban mucha información.
Información genética decía. Decía que esos bichos eran super desarrollados, como
extraterrestres, y que eso que me habían metido me iba a hacer bien, que era
como un antibiótico. Yo me quedé mirando a la bicha, él hablaba. Hice un
huequito y la enterré.
Lo miré y
le dije que me iba a mi casa, que mañana volvía. Me dio unos besos y yo me
salí. Fui hasta la pieza a buscar las botas y cuando me las estaba poniendo
viene el loco con unos billetes en la mano. Era menos de la mitad de lo que me
había sacado. Los agarré y le dije que me iba a devolver todo. Le di un beso y
fuimos hasta la puerta.
-¿Vas a
venir conmigo?- me preguntó.
- De una-
le dije para que achicara.
-Tengo que
irme en unos días Agos- me dijo onda preocupado.
-Dale,
mañana vengo a la tarde.
Fui hasta
la avenida y me tomé un taxi. Llegué a casa, me bañé y dormí como un día
entero. Me desperté tan boleada que no me acordaba porqué me molestaba el dedo.
Me puse a ordenar la ropa y en el corpiño encontré unas pastillas que habían
quedado encanutadas. Me preocupé, me imaginé que iba a saltar, que se iban
a dar cuenta. Iban a pensar que me las había quedado apropósito. Se las quería
llevar al Die pero también me parecía que con eso podía recuperar la plata.
Pero ¿a quién se las metía para que el loco no se enterara?
Me asustó
pensar en eso y se me ocurrió que lo mejor que podía hacer era clavarme las dos
juntas y capaz me salía mejor toda la movida y me enteraba de lo que quería
hacer de mi vida, con el Negro, con la puta droga que me andaba al lado, como
herencia y castigo.
Yo le
había oído decir algo a mi viejo, algo que no había entendido. “Que la droga
esté alrededor tuyo, no vos alrededor de ella”, algo así. Yo no sé qué giraba
alrededor mío, todo. Me estaba sintiendo como en el ojo de un huracán, con las
pastillas en una mano y un vaso de agua en la otra. Me dio miedo, no sé,
hambre. No las tomé. Comí unas galletas con dulce de leche en la cocina. Estaba
mi hermano jugando a la play con el Pablo, un vecinito. Me senté en el sillón y
me puse a jugar con ellos.
En
esa golpean la puerta y es el Negro. Lo hice pasar y fuimos a mi pieza. Me
quería llevar a que lo ayude con una transa. Le dije que sí, con tal de sacarlo
de ahí antes de que lo viera mi mamá... todavía tenía la cara hinchada, con
moretones. Me cambié y agarré las pepas por las dudas. No quería dejarlas en
casa, aunque me quedé con ganas de tomarlas. Salimos y le pregunté por las
pastillas, si tomar dos era mucho.
-Claro- me
dijo- vos con tu peso, media podés tomar- y me miró con sospecha.
Tomamos un
bondi y anduvimos un montón, era de día todavía. Por fin bajamos, era un barrio
que yo no conocía. El chabón entró a las calles prendiendo un porro. Iba por el
medio de la calle. Cambió la actitud. Yo no sabía para qué me llevaba ahí.
Pensé cualquier cosa y me asusté. Quería salir corriendo.
-Tengo dos
pastillas que me quedaron en el corpiño. Te juro que no me di cuenta hasta hoy.
Hagámoslas plata- le dije.
-¡Damelas!
-Dame mi
plata.
-Ahora
vamos a hacer tu plata.
-¿Qué te
pasa puto, qué te metiste?
En esa
llegamos a una casa y él entró por un pasillo, yo me quedé en la vereda.
Al rato salió con un tipo que me saludó. Atrás lo seguía un pendejito con una
coca y después trajo unos vasos, me convidaron. El tipo me empezó a hacer
preguntas, de cómo me llamaba, la escuela, mis viejos, no sé. Yo contestaba cortado,
mala onda. Para mí que el Negro me quería vender y yo no me la creía. Lo miré
al tipo y no sabía que iba a pasar o pasarme. Le dijo algo al Negro con una
seña y me hicieron pasar para adentro. Frené, lo encaré al Negro y no
sabía qué decirle, le busqué los ojos para que se rescatara y me mirara.
- ¿Qué
pasa Die?-le dije.
-Dale
mami, así hacemos la plata y nos rajamos.
12. Aguijón Dos
Me fui
para el patio echándolo al Chito. Me quedé apoyada en la tapia con la cara
entre las rodillas porque no podía ver por el sol. Estaba ahí mirando la tierra
y con un palito hacía caminitos entre los pastos. En esa sale Diego, se sienta
al lado mío y me pasa el porro que está fumando. Yo me corro y me acomodo un
toque y cuando apoyo la mano en el pasto siento un pinchazo muy fuerte, pensé
que era una espina, pero cuando me miro, tenía el bicho ahí colgando. Una
abeja.
-Uy
se murió... cuando te pican pierden el aguijón y se mueren- dijo él.
Yo me
cagaba de dolor, justo en el dedo del fuck you, cerca de la palma. Traté
de sacar el aguijón y me chupé. Sentí un gusto entre ácido y amargo, no sé,
seguro era el venenito del bicho.
- Son una
masa esos bichos- me dijo el Die - piensan todas juntas, mente colectiva se
llama. Ahora tendrías que pedirles perdón a ellas, a todas, y tenés que
enterrarla.
Me lo
decía en serio.
-Dejala-
le dije yo.
Y la
agarré del suelo con la punta de los dedos y la tiré más lejos.
-Ahí se la
van a comer las hormigas- dije y me cagué de risa…
Me vuelve
a pasar el porro y fumo. Seguía doliéndome bocha la mano.
- Ahí te
dejaron alta información y un antibiótico que no te enfermas más ahora. ¡No lo
escupas otaria!- me dijo.
¡Ay! se
merecía unos besos, así me hubiera robado, se me enojaba... y estaba todo
golpeado pobre. Igual no me dio.
-Otario
vos- le dije y me levanté.
Me fui a
cambiar a la pieza. Agarré el corpiño y cuando me lo iba a poner me di cuenta
que había algo ahí canuto, unas pepas. Me quedé de cara y como estaba fumada me
agarró una paranoia y me colgué pensando que eso me había quedado para mí, por
la plata que me sacó el Negro. Ahí pensaba que era gracias a las abejas, porque
sentí las pepas en el corpiño con ese dedo que tenía hinchado, más sensible. En
esa que estoy re colgadasa siento que viene el Die y yo con las pepas en
la mano. Me di vuelta y se las mostré cuando entró, así, sin pensarlo y lo
agité para que arregláramos con eso lo de mi plata. Le dije que me habían
quedado sin querer, que no me había dado cuenta.
-Damelas-
me dijo.
Yo tenía
la mano abierta y él loco me las sacó y las llevó a su mesita.
-Arreglemos
ahí lo de mi plata.- le dije.
-Dale, te
las vendo.
- ¿Qué
onda? No te las voy a dejar chabón. No me vas a dar nada vos. Ya me sacaste la
plata.- le dije.
Las dejó
sobre la mesita y se tiró en la cama, boca arriba con los brazos cruzados
atrás de la nuca.
Yo estaba
sacada. Agarré las pastillas, mi campera, los puchos y en la puerta de la pieza
le agité que cuando tenga quién se las compre, ahí mismo se las traía.
Fui
despacio por el pasillo hasta la puerta como esperando que diga algo. Iba
pasando la mano por la pared estirando los dedos, eso me aliviaba lo de la
picadura. Giré la llave despacio y sentí miedo. Como la primera vez que estuve
con él y que me escapé. Cuando abro la puerta me grita, me llama a la pieza.
Cierro sin llave y vuelvo. Me estira el brazo desde la cama con unos billetes
en la mano. Los agarro y no es ni la mitad de lo que me dio la Pamela anoche.
-
Dejamelas- me dice.
- Ni
bosta, devolveme la plata forro- le dije, y me fui.
A los tres
días cae el Negro a mi casa. Tiene unos moretones, pero no se le notan tanto y
ya no está hinchado. Me pregunta si tengo las pepas, porque tiene que entregar
eso. Le digo que sí, que de una. Y como lo extrañé, lo agito de acompañarlo, y
así no se hace el vivo con mi plata. No dice nada así que lo tomo como un
sí. Lo invito a pasar y me doy cuenta de que va a conocer mi casa,
mi pieza que es un asco. Me dice que no y no le insisto. Se queda ahí en la
vereda y aunque no cuelgo, demoro un toque en cambiarme, quiero ir cómoda, con
zapatillas. Agarro plata y la campera. Salgo y está ahí esperando, parado
apoyado en la pared, me mira y no se mueve, me acerco y me abraza, nos besamos,
es muy dulce. Me dice que me extrañó, me abraza y como siempre, mira para otro
lado como buscando para donde salir corriendo. Me da la impresión que siempre
está en una persecuta.
-¿Querés
tomar agua?- le digo
- No.
Vamos- Dice.
Es de
noche pero temprano, hay gente en la calle. Encaramos caminando y me doy cuenta
de que me olvidé las pastillas. Le digo eso a Diego y me mira mal. Da la vuelta
y volvemos, lo sigo atrás pensando que soy una boluda y que no las saqué del
joyerito del placard.
Entro de
nuevo a casa y agarro las pastillas. Junto más plata por las dudas. Salgo
rápido esta vez.
-¿Dónde
es?- Le pregunto.
- Primero
busco algo en casa y después hay que tomar un bondi- me dice.
Llegamos y
me agita que tomemos. Él se da un saque y yo no quiero. Pero le hago unas secas
a una tuka que tiene ahí. Salimos re puestos y entramos a caminar. Yo como que
la voy flashando con el loco de la mano y el como que sigue y sigue y ya sé que
se ahorró el bondi. - Estamos cerca- me dice.
Después
para en un edificio. Me pide las pepas y me asusto. Me fijo apurada a ver si
las agarré o se me cayeron en algún lado sin que me diera cuenta, porque venía
re colgada y me había olvidado de ellas. Ahí están, en el fondo del bolsillo,
me alivio. Se las paso y él toca un timbre. Yo le hago una seña y me cruzo al
frente. Me siento en una puerta y lo puedo ver. Suena un pito muy fuerte y sale
un tipo empujando una puerta. Diego le da eso y el otro le palmea la espalda.
Vuelve a entrar el tipo, suena el timbre botón y un golpe fuerte de la puerta. Diego
cruza con la plata en la mano y me la pasa. La cuento y todavía no me salda.
Pero ya está. No me calienta. No quiero más nada de toda esa mierda.
Te juntaré
plata por otro lado viejo, no quiero tu negocio, muy sucio. Y aunque ya había
dicho lo mismo, esta vez me la creo un poco. Me guardo la plata y me agita de
seguir.
-Vamos
para el río- me dice.
Sé que
estamos cerca del río y ahí también hay otros túneles para entrar. Él me contó
antes.
Pasamos por el puerto viejo.
Ahí hay bocha de movida. Él conoce gente y está con unas tranzas, yo lo espero
en Tres Lugares, ligo puchos y cerveza gratis. Hasta en una
que voy al baño, manoteo forros gratis.
Es madrugada, Diego vuelve y está puestazo, yo
también. Me invita una línea y yo no sé por qué mierda, acepto. Nos vamos para
el patio del fondo a una barra que no esta habilitada porque es día de semana.
Igual hay gente. Tomamos y me da por salir de ahí. No aguanto más esa música,
está re fuerte encima. En la vereda le digo que vamos y encaro para el
río.
El chabón
me grita, no me sigue. Así que le hago un gesto cochino y ahí arranca. Le
pido que me muestre dónde nos podíamos meter y caminamos un par de cuadras por
encima de la costanera, por el bulevar.
Nos alejamos de la gente y a mí me empieza a dar miedo. Me toco el forro
en el bolsillo como si fuera un amuleto.
-Vamos a
casa- me dice. Y ahí veo que llegamos a una avenida.
-
¡Cualquiera! - lo agito- quería entrar a los túneles de nuevo- le digo.
- ¡Rata!-
me dice.
- ¡Rata
vos!- le digo.
El Negro se
sentó en una parada de colectivo y se clavó ahí. Yo estaba ofendida porque me
había mentido, y yo siempre quiero que me pase lo de esa vez, que me encontré
con ese espíritu mío de otra época, o eso es lo que entiendo. No quería estar
con el loco, tirados ahí, en la calle, esperando un bondi de mierda.
- Vení- me
dice.
Me acerco
y me siento en el cordón. Me abraza y nos damos unos besos, y es lindo. Somos cualquiera.
-Me voy
Agos. Ya tengo el pasaje, si vos querés te espero allá- me dice.
En esa
viene un colectivo y yo que me quedé de cara, me levanto rápido para frenarlo.
El loco despabila y subimos. Pagamos. Hay cuatro monos en el bondi. Nos sentamos
al fondo, ahí el Die me empezó a agitar. Me metía la mano, me bajaba el
pantalón. Yo se la chupé un poco y él me sentó arriba de su pija y me la iba
metiendo, ahí, en el colectivo. En esa que ya se había bajado toda la gente por
adelante, el chofer estacionó y nos dijo que nos bajáramos o llamaba a la
policía. Bajamos cagándonos de risa. Pero hacía frío y no tenía idea dónde
estaba, era en la loma del orto.
Quería
tomar un taxi, pero el Negro no quería pagarlo.
-¡Rata!-
le grité.
Me enojé y
me fui caminando sola y el chabón nada. Parado, emboladazo. Caminé como una
cuadra por una avenida y en eso que me doy vuelta, no lo veo, no estaba más. Me
quedé dura, me agarró un miedo en todo el cuerpo por estar sola ahí, y sin él.
Al toque siento que me chistan, al frente de la calle. Era Diego desde abajo,
en una alcantarilla, le sonrío y me meto. Me fue fácil bajar. Ahí
me agarró de las piernas y me alzó. Me la metía parado. Me vine tan rápido que
terminé antes que él.
-Vení
conmigo- me dijo- vení conmigo.
Y yo
pensaba que me decía de viaje, pero me agarró de la mano y me empezó a llevar
corriendo por ahí, por los túneles de abajo. Yo me di cuenta que me volvía a
pasar, cruzaba puertas, no sé, se me caían vidas como gajos sueltos, como ropa.
Y en eso el chabón sube por unas escaleritas y después destapa una salida y
volvemos a la calle. Pero yo era esa chica de nuevo, y el Die tampoco era él, y
en vez de asustarme, seguí flashándola con el loco, que me hacía ir re rápido
por unas veredas de piedra. Estábamos en otro lugar. También de noche. Llegamos
a un edificio gigante, era una iglesia, toda de piedra y el pibe me hizo subir
por unas escaleras re finitas que llegaban a unos campanarios. Yo supe
por dónde meterme y bajar hacia adentro. Él no estaba más. Me paré en un lugar,
accioné una palanca pesada de metal y pasé a una sala bastante oscura. Me movía
en la oscuridad conociendo todo, sabiendo lo que hacía, apurada. Me arremangué
y me unté las manos con un aceite espeso oscuro. Era cera de abeja, lo supe ahí
mismo, tenía un olor fuerte. Después pasé a otra pieza, con paredes muy altas y
solté una cadena pesada con lo que se cerró una compuerta y quedé encerrada. Me
senté en un banquito de madera frente a un aparato con unos hilos, no sé, unas
hebras muy finitas, que brillaban. Me clavé ahí, con los ojos cerrados frente a
esa tira que venía de arriba, como desde una torre. En ese momento que estoy
ahí, siento al Die que me da un beso en la boca. Salgo del taxi y estoy frente
a mi casa. Está amaneciendo.
13. Aguijón Tres
Salgo al
patio con el Chito. Quiero agarrar una piedra y romperla contra la cabeza de
Diego. Estalla la piedra en mil pedazos. Me siento en el pasto contra la tapia.
El perro viene a jugar y me molesta. Lo saco con golpes, me desquito con él,
pobre, es un pesado. Me quedo con la cabeza entre las piernas porque no
puedo ver, me da el sol en la cara.
Viene Die
y se me sienta pegado el culeado. No lo miro, pero me codea pasándome porro. Me
da bronca, el chabón piensa que todo bien y que ya está, pero a mí no me
importa que lo hayan surtido a golpes. No me quiero ir ni bosta con él. Yo voy
a terminar la escuela, y voy a dejar de consumir tanta porquería. No se pa, te
ayudaré cuando consiga algún trabajo más pila. Yo puedo, él ya no la suelta,
todo el día girando alrededor de esa bosta, manija, manija.
Le agarro
el porro, me corro y apoyo la mano en el pasto y ahí ¡mierda! pego un grito y
el chabón se me queda mirando, después me agarra la mano.
-Es una abeja-
me dice y me trata de sacar el aguijón con las uñas, me pide que aguante. Yo me
rindo. Me duele como la concha de la lora y tengo ganas de llorar. Me agarro la
mano y me la pongo en el pecho aguantando la bronca, el llanto, el dolor, todo.
Cierro los ojos y me quedo acostada en el pasto. El chabón me cuenta que su
abuelo trabajaba para un don que tenía colmenas en el campo y cuando él era
chico lo acompañaba a juntar la miel. El abuelo le decía que tenga cuidado de
no pisar una víbora, que podían andar cerca de las colmenas para comerse las
ratas que se metían a comer la miel. Cuando una rata entra a la colmena, las
abejas la pican y se va, pero si la matan ahí adentro, como no la pueden sacar,
la envuelven toda con una cera oscura que hacen y queda petrificada, así no
contamina la miel.
Todo eso
me explicaba y yo lo seguía. Imaginaba la víbora comiéndose la rata, las abejas
picando a la rata, la rata envuelta en cera. Me colgué con lo que el chabón me
contaba. Se me estaba pasando el dolor, pero para mí, el tipo se estaba
haciendo el gil. Y él era una víbora y yo la rata. Descontado.
Alcé mis
cosas y me fui.
A los
pocos días cae el Negro a mi casa. Tenía menos hinchada la cara, pero le quedaban
moretones. Me agita por unas pastillas que el Rubén dice que le choreamos
nosotros. Me altera. Lo hago pasar porque estoy sola con mi hermano y nos
metemos a la pieza.
- No sé
qué querés chabón.
- ¡Que nos
vayamos! -me agita- hablé con el Rubén y tiene un laburo para vos. Que
vayas y no te cobra las pastillas que te robaste. Si hacemos más plata nos
vamos a Aires y salimos de esta.
- Yo no
estoy en esta- le digo- Vos estás. Y yo no me robé nada. Ni sé de lo que me
están hablando.
- Dice que
te quedaste con unas pastillas. La Pamela te batió, dice que nunca sacaste las
del corpiño.
Yo le digo
que ni ahí. Y me pongo a buscar. Y sí, ahí están, en la bolsita del push up,
son re chiquitas y nunca las vi. El Negro se da cuenta de que no estoy
mintiendo, que no tenía idea. Pero me tienen que agitar...
Lo
acompaño porque la otra vez fue fácil, no sé, así recupero algo de plata.
Tomamos un colectivo y andamos un montón. Cuando bajamos se está haciendo de
noche. Entramos a un barrio y veo cobanis en casi todas las esquinas. El chabón
me abraza, onda como un escudo la noviecita. Nos metemos a un pasillo entre
unas casas, salimos a otro pasillo en medio de la manzana. Seguimos y subimos
unas escaleras. El Negro toca una puerta y abren un poco, nos miran y después
abren del todo, nos hacen pasar. Diego saca las pepas del bolsillo de la
campera y se las da al tipo, al Rubén ese. Hay dos hombres más y una mina
sentados alrededor de una mesa. Hay vino, mate, hay pan criollo en una bolsita.
Nos sirven gaseosa y yo aprovecho a comer que me dio hambre. Hay una tele
prendida. Es como una casa, pero no veo para dónde siguen las piezas. Hay una
puerta un poco abierta que da a una terraza. Cuando me estoy sirviendo un pan,
veo que uno de los tipos me mira, le veo cara conocida, del Mauri, mi primo, o
de antes, de mi viejo... ahí hace un gesto y me pregunta por mi viejo, yo hago
un gesto de no entender y él como que se corta y empieza a hablar fuerte de
algo que pasa en la tele, nada que ver.
Mi viejo
está preso hace un montón, porque lo agarraron en esta movida, alguien lo cagó.
Para mi alguno de estos, todos estos putos culeados. Me nace una bronca de
adentro, que me da vuelta los ojos. Me acerco al Die que se había puesto más
separado a hablar con el Rubén. Justo lo escucho que le dice que yo me
había quedado mal porque era poco lo que nos habían dado la otra vez y por eso
me había quedado con las pastillas, pero que él me convenció de devolverlas, y
qué ahora yo venía porque quería seguir colaborando. Yo no quería decir nada,
sólo quería agarrar una pistola y meterles un tiro a todos.
El tipo
dijo sí con la cabeza y empezó a darnos instrucciones. Yo me entré a desesperar,
porque no quería colaborar ni bosta y tampoco podía armar una historia ahí. El
Die se dio cuenta. Se me acercó un poco y me miró fijo.
-Por fa- me dijo.
Pasamos a
una pieza y nos da unos paquetes para que nos llevemos. Porquería. De nuevo me
la cargo en el cuerpo, entre la ropa. Lo llama al Negro y yo me quedo sola en
esa pieza, hay una cama destendida, hay ropa en el piso. Me agarra una
sensación horrible de encierro porque no entra el aire, tiene las ventanas
cerradas, hay olor. Todavía me falta ponerme la remera cuando se apaga el
foquito del techo y queda todo oscuro. La puerta está apoyada así que entra una
línea de luz. Busco la remera con la mano por donde la dejé, encima de la cama
y no la encuentro. Voy hacia la puerta para abrirla un poco más, pero no llego,
calculo mal, no sé, es horrible, estiro el brazo, sigo avanzando y no llego, me
da vértigo. En eso se prende de nuevo el foquito, respiro, me doy vuelta y veo
la remera en el piso, me agacho y cruje la cinta, las bolsas pegadas al cuerpo.
Entra Die y dice que vamos.
El tipo,
Rubén, nos acompaña hasta abajo y me va mirando, me saluda y hago una cara para
mandarlo a la mierda. El loco me agarra de los hombros y le dice al Negro que
me cuide.
- Es muy inteligente esta piba- dice- cuidala.
Caminamos
despacio, la onda es no estar nerviosos, lo sé. Llegamos a la avenida y
esperamos el bondi. Estaba ahí parada y todavía sentía las manos, los dedos del
tipo apretándome los hombros. Me quería sacudir aunque se me caiga todo, pegado
con scotch. Tomamos el primer ómnibus que pasó. Nos sentamos al medio, uno al
lado del otro, había gente y no daba para hablar, pero yo le dije que no me
hiciera entrar más en esa, que él jugaba muy sucio.
- Vendés
esto y me das mi plata. le dije.
- Vendemos
esto mami, y nos vamos.
Le dije
que que yo no me iba a ir ni bosta con él. Nunca me creí su película, no sé qué
mierda quiere hacer el loco. Ahí se puso mal, onda que no me hablaba ni me
miraba y yo quería seguir discutiendo, no me importaba la gente. Le preguntaba
por qué había inventado eso que le dijo al tipo, dejándome como una chora.
Estábamos
por el centro y Diego se paró, empezó a caminar por el pasillo del colectivo y
en la puerta del fondo tocó el timbre. Me paré cuando frenó y cuando bajé ya
estaba sacada. Teníamos que caminar hasta la parada de otro colectivo. Era de
noche, re tarde y no había nadie en la calle. Yo empecé a gritarle al Die, a
bardearlo... ¿por qué mentía así para quedar bien él????, me empecé a sacar
cada vez más y le pegaba y le gritaba. Él no decía nada, seguía caminado. Yo
peor me ponía, le quería reventar la cabeza. Me quedé parada. Cuando lo vi casi
por la esquina me fui corriendo y le salté encima y lo agarré de los pelos y no
lo soltaba mientras le decía “hijo de puta, hijo de puta”.
Yo no
sabía que andaba calzado, no sé por qué, no me imaginaba. Ahí, en el medio de
la vereda, Diego saca el fierro y me lo pone atrás de la oreja. Yo siento el
frío del caño en el cuero y ahí se me congeló la bronca y todo el cuerpo. Me
reducía cada vez más, con fuerza, me quedé tirada con el cachete en la vereda,
el caño en la cabeza y su rodilla en la espalda. Creo que estuvimos mucho
tiempo así. No podía ver nada más que su brazo izquierdo porque lo tenía
bien al frente de mi cara y estaba con la cabeza inmóvil. Sólo podía ver el
dibujo en su antebrazo, en la parte de adentro, de las venas. Un tatuaje de un
tipo a caballo con una lanza a punto de darle a un dragón gigante. Se veía un
pedazo, lo otro lo tapaba la ropa. Era el dragón y la lanza en ese punto, sin
tocarse, sin entrar. Sin morir.
f i n
Se lo dedico
a todas las pibas que vivas nos queremos!!
Gracias al
Gauchito, a mi familia y todxs lxs que me apoyaron para que este proyecto salga
impreso. Espero que se lea y no te des cuenta, que estuviste un rato armándote
una peli en la cabeza, y ese placer sea una droga también. más barata y menos
mala, sin cortar.
Se encuentra
en la web en: laconchacondientes.blogspot.com
Salsipuedes.
Villa las Selvas.
Córdoba.
Argentina
7colores
2018